top of page

Más allá de lo orgánico: el cuerpo en psicoanálisis.

Actualizado: 30 jun


¿Por qué hablar del cuerpo hoy?


El cuerpo está en el centro de nuestra vida cotidiana, de nuestra actividad, de nuestra atención, de nuestros cuidados, y también de nuestras obsesiones. La prueba está en la proliferación de espacios —algunos muy distintos entre sí— que se ocupan del cuerpo: desde salones de belleza hasta gimnasios de última generación, pasando por clínicas estéticas, fisioterapeutas, yoga, pilates, reeducación postural, osteopatía, senderismo, running, etc.

La ciencia interviene en el cuerpo a través de lo que podríamos llamar tecno-medicina, combinando tratamientos clínicos con objetivos estéticos. Podemos decir que se multiplican los pequeños templos dedicados al culto del cuerpo: locales de tratamiento de uñas, centros de masaje, balnearios, incluso esos locales en los lugares turísticos donde pequeños peces se alimentan de nuestra piel. Todo eso dice algo: el cuerpo nos importa.

El cuerpo aparece como algo que debe ser cuidado, moldeado, corregido o disfrutado. Pero... ¿Qué lugar hay para el sujeto? ¿Qué pasa cuando el cuerpo habla con un síntoma? ¿Desde qué perspectiva hablamos del cuerpo?

Desde hace siglos, el ideal de armonía entre cuerpo y mente está presente en nuestra cultura. Una de sus formas más conocidas es el famoso lema mens sana in corpore sano. Esta expresión proviene del poeta romano Juvenal, en su obra Sátiras. Pero en su contexto original no era un consejo de estilo de vida, Juvenal reflexionaba sobre qué conviene pedirles a los dioses, y decía que más que poder o riqueza, había que desear una mente sana en un cuerpo sano. Era una recomendación moral, filosófica, propia de la tradición romana del equilibrio y la moderación. Hoy, en cambio, esta frase se ha convertido en un eslogan. Se usa en la educación, en el deporte, en campañas de salud, en gimnasios, incluso en publicidad. 


Pero… ¿de qué equilibrio estamos hablando?


Durante siglos, fue la religión quien marcó la idea dominante del cuerpo. El cuerpo era visto como una fuente de pecado, una tentación, un obstáculo para el alma. Era algo que debía ser dominado, mortificado, castigado. En muchas tradiciones religiosas, el cuerpo está ligado a las pasiones, y por tanto debía ser vigilado, corregido, incluso despreciado.

No fue hasta la modernidad, con René Descartes, que se produjo un giro decisivo en esta visión. Descartes, considerado el padre de la filosofía moderna y del pensamiento científico, propuso una división radical entre el cuerpo y el alma.

Esta herencia cartesiana influyó profundamente en el desarrollo de la medicina. El cuerpo pasó a ser tratado como una máquina: algo que puede observarse desde fuera, medirse, cuantificarse, corregirse por partes. Si una pieza no funciona, se repara o se reemplaza. Pero el cuerpo no es solo biología, es también historia, palabra, síntoma y a veces territorio de batalla.



Diferentes discursos sobre el cuerpo


Desde una perspectiva biomédica, el cuerpo es tratado como un objeto biológico. Se lo concibe como un organismo funcional, compuesto por sistemas anatómicos y fisiológicos. Es la idea del cuerpo-máquina. Cada órgano cumple una función, y si alguna parte falla, se localiza el daño y se interviene. La salud se mide mediante marcadores objetivos: tensión arterial, niveles hormonales, imágenes diagnósticas. El cuerpo se interpreta a través de pruebas, números, imágenes. Hay una fragmentación del cuerpo, una objetivación del paciente, la tecnologización del cuerpo permite su monitorización, su escaneo, una intervención robótica.

Sin duda los avances técnicos son enormes y beneficiosos para la biomedicina, nadie lo discute. Pero en el camino, el sujeto ha desaparecido. Desde esta perspectiva el cuerpo no es algo que habla, sino algo que se repara. No es raro que cuando uno va al médico sienta que no solo casi no te miran sino que no te escuchan… Y es suele ser común que ni siquiera toquen el cuerpo. Importa poco la historia que el paciente tenga que contar de lo que sucede, pues la interpretación válida se hace en función de las pruebas técnológicas cada vez más precisa y especializadas pero que vacían la posibilidad de sentido del decir del paciente. Es posible que parte del éxito de otros lugares que tratan el cuerpo, como fisioterapeutas, osteópatas, etc., sea, en parte, porque son lugares que al menos escuchan y luego tratan los cuerpos sufrientes. 

La psicoanalista Roudinesco relata como en el pasado los enfermos gritaban de dolor en los siniestros sanatorios, el cuerpo se expresaba a través del grito. Hoy, en cambio, el hospital es un lugar de silencio. Los éxitos de la farmacología en el tratamiento del dolor son clarísimos pero los fármacos no solo calman también silencian

Y es que la medicina moderna y sus instituciones son eficaces, pero muchas veces y hay que decirlo también descarnadas. Se ha olvidado de algo fundamental: que no hay cuerpo sin sujeto, sin palabra, sin historia.

Desde la perspectiva de la psicología dentro de sus variadas escuelas, domina el discurso biopsicosocial, en el que interaccionan todos los ámbitos, pero el modelo biomédico y el discurso neurocientífico se imponen. Es curioso ver como los malestares y los síntomas psicosomáticos son para estos discursos una especie de impasse a la espera de que la ciencia descubra la verdadera razón orgánica de estas manifestaciones. Algo es psicosomático hasta la promesa de que se pueda descubrir en un futuro más o menos inmediato su causa anatómico-fisiológica. A parte de esto la psicología se acerca al cuerpo a partir de aproximaciones estadística, de normalidad y adaptabilidad o a partir de la aproximación experimental, a partir de estudios que le permitan sacar conclusiones universales de manera controlada. Aunque la mayoría de los datos se recogen a partir de test y autoinformes con la ilusión de objetivar. La aproximación clínica parece que la dejan relegada a un aspecto más experiencial y dependiente de las otras aproximaciones. 

Pero no solo la religión o la filosofía se han ocupado de pensar el cuerpo. Disciplinas como la antropología o la sociología lo han pensado más allá de la biología. Un autor clave en este sentido es Marcel Mauss, quien en 1934 escribió un breve, pero muy influyente texto titulado Las técnicas del cuerpo. Allí plantea algo muy potente: que no nacemos sabiendo usar nuestro cuerpo. Aprendemos a hacerlo según la cultura y la época en la que vivimos.  Mauss observó que, de una sociedad a otra, e incluso de una generación a otra, los humanos aprenden a caminar, a nadar, a sentarse o a parir de maneras distintas.

Si lo pensamos, no se baila igual ahora que en los años 90 con la música bakalao, o como en los 60 y 70 con el movimiento hippie. Basta con mirar fotos antiguas: la forma de mirar a cámara, la postura corporal, cómo se vestían o se relacionaban. El cine también muestra esta transformación: los cuerpos del cine mudo se expresaban de forma muy distinta a los del cine contemporáneo. Incluso hay algo muy característico en cómo se mueven los cuerpos en el cine catalán, español, coreano o japonés, comparado con Hollywood. También en el deporte: no se corre, ni se salta igual ahora que hace 50 años.

La sociología también ha sido una disciplina fundamental para pensar el cuerpo como el lugar donde se inscriben las normas sociales, los vínculos, las instituciones y los discursos de una época. Como instrumento de socialización y control social. Destacar que en los años 60, se produce una ruptura y los cuerpos se liberan de ciertas normas. Aparecen los movimientos feministas, la revolución sexual, las reivindicaciones de gais y lesbianas, nuevas formas de expresión corporal, el body art, y una crítica a las instituciones que habían disciplinado el cuerpo, como la escuela, la Iglesia… e incluso el deporte, en la actualidad es casi imposible encontrar una crítica al discurso del deporte.

La sociología también fue clave para desmontar el racismo biologicista. Durante el nazismo, por ejemplo, el cuerpo “judío” no se podía identificar sin una marca simbólica: la estrella amarilla. Si realmente hubiese algo “biológico” en el cuerpo del otro, no haría falta marcarlo. Por supuesto la clase social también se inscribe en el cuerpo, la diferencia y las marcas de los cuerpos que realizan un trabajo u otro son evidentes.

En este contexto, Freud introduce una verdadera ruptura epistemológica. Saca al cuerpo humano de la jerga biologicista y positivista del siglo XIX, y lo inscribe en otro registro: el del deseo, el inconsciente y el síntoma. El cuerpo ya no será un objeto neutral ni transparente, sino el lugar donde se manifiesta el conflicto psíquico. Con Freud, el cuerpo se vuelve enigma.



¿Y qué dice el psicoanálisis sobre el cuerpo?


El psicoanálisis nace del encuentro con las histéricas. Eran mujeres cuyos cuerpos sufrían intensamente, pero cuyos síntomas no podían explicarse desde una causa orgánica. La medicina de la época no encontraba lesiones, no había enfermedad "visible". Se trataba de una enfermedad sine materia.

Presentaban lo que hoy llamamos síntomas de conversión: manifestaciones psíquicas que se expresaban directamente en el cuerpo. Afonías, tos persistente, parálisis sin causa neurológica, contracciones musculares, posturas rígidas, falsos embarazos (pseudociesis), dificultades para caminar (astasia-abasia), cefaleas intensas… el cuerpo hablaba, pero en un idioma desconocido para la medicina.

Uno de los hitos de Freud fue pasar de la clínica de la mirada a la clínica de la escucha, algo que cambió radicalmente el modo de entender estos síntomas: les dio un sentido. Comprendió que ese sufrimiento no era del orden de lo orgánico, sino del orden de lo psíquico, de lo inconsciente.


El sujeto dividido. Consciente e inconsciente.


Y es que con el psicoanálisis se produce una ruptura epistemológica. Ya no somos ese sujeto completo que imaginaban los griegos expresados en la inscripción en el templo de Delfos “conócete a ti mismo”. Freud demuestra que no somos dueños de nuestra casa y esto hiere profundamente a nuestro narcisismo pues hay algo que nos determina sin que lo sepamos. Ese algo, esa otra escena no es otra cosa que el inconsciente,  instancia que nos determina en lo que somos, en lo que deseamos y en el sentido, muchas veces enigmático de nuestras producciones.


Lenguaje y pulsión


Esta división, escisión del sujeto, no se comprende sin dos elementos clave que nos constituyen y nos distinguen de los animales son el lenguaje y la pulsión. Los seres humanos no tenemos instinto, que hace referencia a un patrón de comportamiento programado y fijo que nos indica cómo actuar— sino pulsiones. El humano posee el lenguaje, y el lenguaje siempre introduce una pérdida ya que nunca decimos exactamente lo que queremos decir, es imposible. Siempre hay malentendidos y en ese malentendido se juega el deseo.En este sentido la pulsión no busca solo la satisfacción biológica, sino una satisfacción más allá. Por eso comemos sin hambre, hacemos deporte hasta agotarnos o buscamos placeres que excedan cualquier función. Pensemos en las diferentes maneras de cuidar a un niño, cuando un niño llora ¿por qué llora? Unos dirán que tiene hambre otros, sueño, otros que hace mucho calor. 

Y es que desde antes de nacer ya hablan de nosotros, ya estamos bañados por el lenguaje, por el discurso del Otro que nos anticipa: normalmente ya se habla sobre un bebé antes de que nazca, preguntándose si será niño o niña, pensando posibles nombres, proyectando deseos sobre el bebé.  Y ese discurso nos atraviesa y nos determina. Hay quien dirá que es un niño porque da muchas patadas y será futbolista, otros desearán que no le falte de nada, incluso en la actualidad algunos padres o madres se platean ponerle un nombre sin género al bebé para que no esté marcado por lo social desde el principio, aunque esto es también es, sin duda un deseo. Las palabras nos atraviesan. Los significantes son palabras atravesadas por los deseos, en este sentido los hijos pueden ser prisioneros de los deseos de sus padres. 

La importancia del lenguaje se puede ver en un experimento que hizo el rey Federico II de Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en la edad media, sobre el año 1200. Quería saber si existía el idioma de Dios, y ordenó cuidar a unos 30 bebés, a los cuáles debían asistirlo y cubrirles las necesidades básicas, pero sin hablarle. ¿Sabéis que pasó? Que todos murieron. En los hospitales de Nueva york, la tasa de mortalidad de los infantes era muy alta, Fritz Talbot, pediatra norteamericano en 1940, impulsó la práctica de que a cada bebé le hablasen varias veces al día y lo tomaran en brazos y fuera acariciado, sorprendentemente bajo a la mitad la tasa de mortalidad. Estos ejemplos muestran la importancia del lenguaje y la relación con el Otro en la constitución del sujeto. 



La falta: entre lenguaje, el deseo y la pérdida


Lacan toma de la lingüística estructural, disciplina que estudia cómo funciona el lenguaje, la idea de significante, pero introduce una diferencia fundamental: separa el significante del significado. ¿Por qué? Porque en el lenguaje no hay un significado fijo o cerrado. Las palabras no dicen nunca exactamente lo que queremos decir.  Las palabras siempre remiten a otras palabras, a otros significantes, nunca hay un sentido fijo ni completo. Un significante representa a un sujeto para otro significante.

Y es que siempre hay algo que se escapa, algo que no terminamos de decir del todo, un resto por eso decimos que un significante remite siempre a otro significante. Esto es lo que Lacan llama la falta en el lenguaje: el significado nunca se cierra, siempre hay malentendidos. El lenguaje no puede decirlo todo. Y esa falta es estructural.


El deseo nace de la falta.


Pero es precisamente gracias a la falta en el lenguaje, que el ser humano es un ser deseante. Deseamos porque algo nos falta.Y aquí llegan las malas noticias:

  • Nunca recuperaremos el objeto perdido. Nunca seremos completos.

  • Y el deseo nunca se satisface del todo.

Pero también es la mejor noticia: deseamos porque falta algo. Si no faltara nada, no haríamos nada. No trabajaríamos, no ayudaríamos a los demás, no crearíamos arte, no inventaríamos nada. La falta nos mueve, nos hace humanos. Claro que también puede volverse en contra: cuando esa falta se vuelve insoportable, la también la intentamos tapar con consumo de drogas, videojuegos, violencia, adicciones....


 ¿Pero qué es lo que perdimos?


No es solo el lenguaje tiene una falta. La subjetividad se constituye a partir de una pérdida. En los primeros tiempos de la vida hay una unión mítica entre el bebé y la madre, donde todo parece satisfecho: calor, alimento, contacto. Ese momento de fusión total es efímero, pero deja una huella. Y es justo cuando ocurre, que se pierde. Lo perdemos en el momento que lo gozamos y ya nunca volveremos a recuperarlo, pero no dejaremos de insistir en su búsqueda, aunque nunca lo alcanzaremos.


Y es que pasamos la vida buscando algo que nunca más vamos a encontrar.


Eso perdido es lo que Lacan llama el objeto “a” (objeto petit a). No es un objeto real: es la causa del deseo, lo que falta y nos empuja a buscar. Pero no se recupera. Podemos verlo en tantas historias que nos fascinan: en el cine en El Señor de los Anillos, Indiana Jones, en la literatura en Don Quijote, Moby Dick y en series de televisión en Lost, Breaking Bad. Todas son historias de una búsqueda imposible. De una pulsión que gira alrededor del objeto, pero nunca lo alcanza.


La falta nos constituye: La pulsión busca ese placer primordial, infantil, pero solo puede bordearlo, nunca alcanzarlo del todo. Gracias a la falta deseamos, nos levantamos, trabajamos, creamos cosas, seguimos adelante, si no faltara nada, no haríamos nada. Por eso Lacan dice que la falta es la causa del deseo, y el deseo es la fuerza que nos sostiene.



La conquista del cuerpo: el estadio del espejo


El cuerpo no se da, se conquista


El cuerpo, desde el psicoanálisis, no es algo dado. No nacemos con un cuerpo del que tengamos conciencia, ni con una imagen unificada de nosotros mismos. Nacemos en una situación de extrema indefensión. El ser humano llega al mundo prematuramente: no camina, no habla, no controla esfínteres, no puede valerse por sí mismo. Depende totalmente del Otro, de quien lo cuida. Y es ese Otro —que habitualmente suele ser la madre— es quien interpreta lo que le pasa: si llora, si tiene frío o hambre. Es también quien le pone palabras a su cuerpo. En ese punto, el cuerpo comienza a constituirse en la relación con el otro.  Incidir que en psicoanálisis la madre o el padre, no debe entenderse en sentido biológico o tradicional ya que hablamos de funciones, lugares simbólicos, que pueden ser ocupados por cualquier persona, sin que esto dependa necesariamente del rol, el vínculo biológico o el género.


El estadio del espejo: identificarse a una imagen


Lacan plantea que, entre los 6 y 18 meses, el bebé reacciona con entusiasmo al verse en un espejo. Se identifica con esa imagen, y por primera vez siente una unidad. Esa imagen no coincide con la experiencia real del niño, que hasta entonces vivía su cuerpo de forma fragmentada. Esa identificación a la imagen especular marca un momento clave: ahí se funda el “yo”. Pero cuidado: es una imagen invertida, ilusoria, externa. El sujeto se aliena a una forma. No se descubre tal como es, sino tal como aparece. Es lo que Lacan llama el yo ideal.

Y no es solo el espejo literal. También la mirada del Otro cumple esa función: la madre o el cuidador que sostiene, nombra, acaricia, describe. Lacan aclara que incluso los niños ciegos atraviesan este estadio, porque no se trata solo de ver, sino de ser nombrado, sostenido, inscrito en un vínculo.



El Otro: sostén y trampa


Al principio, el niño está completamente alineado con el deseo del Otro. Vive para satisfacerlo o para ser su objeto. Es el momento de mayor vulnerabilidad psíquica, porque el niño corre el riesgo de quedar atrapado en el goce del Otro. Por eso el psicoanálisis plantea que hay dos operaciones fundamentales en la constitución del sujeto:

  • La alineación: el niño queda supeditado al deseo de quien lo cuida. Su deseo es el de la madre, existe un vínculo narcisista.

  • La separación: el sujeto debe zafarse de esa captura para existir como tal. Es necesario el trauma de la separación para tener una vida.

Y aquí entra la diferencia entre goce y deseo.

El goce es aquel placer que duele, que hace daño, es el más allá del placer, la diferencia entre beber una cerveza o beberse siete, entre entrenar una hora al día o hasta desfallecer. Es el grano que duele pero que no puedes dejar de tocarte, es una maratón de series sin salir de casa comiendo cualquier cosa. Escuchar canciones tristes para sentirse mejor, el fentanilo, los Hikikomori japoneses, jóvenes que no salen de su habitación.  Es quedarse atrapado en el pecho de la madre y no hacer nada más,

Y con las palabras del Otro, la madre o cualquiera, se va fabricando, a partir de la imagen y del lenguaje y del deseo del Otro, el cuerpo. Cuando un adulto señala las partes del cuerpo, las nombra, las transforma en un significante. 

El cuerpo no es solo organismo, es historia, es palabra, es mirada, es deseo, es repetición, es un encuentro con la falta del otro. 



Los tres registros de Lacan y el cuerpo


La práctica psicoanalítica se dirige a sujetos que sufren. Y ese sufrimiento, muchas veces, se expresa en el cuerpo. Un cuerpo que no siempre tiene una lesión médica, pero puede hablar a través del síntoma: con dolores, angustias, inhibiciones, malestares que no se explican fácilmente. Para el psicoanálisis, ese cuerpo no es un simple organismo, sino un cuerpo atravesado por tres registros fundamentales: lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real. 


Imaginario: hace referencia a las imágenes, identificaciones e ilusiones. La imagen permite constituir la propia identidad.

Simbólico: el lenguaje, la ley, la falta. las normas sociales. Nunca se puede decir todo. Siempre hay algo que se escapa.

Real: es lo que no se puede simbolizar ni imaginar: lo imposible de decir por representar. Se manifiesta como la repetición, del goce. Lo imposible de representar lo que se escapa, lo que no podemos nombrar. 

El síntoma, así, mantiene unido al sujeto, es lo que hace que siga funcionando —aunque sea mal—. Y por eso, en el análisis, no se busca eliminarlo de entrada, sino escucharlo. Ver qué quiere decir, qué función cumple, qué goce encierra.



El síntoma en psicoanálisis: mensaje, goce y repetición



¿Qué es un síntoma?


La palabra "síntoma" no significa lo mismo en medicina o en psicología que en psicoanálisis. En medicina, un síntoma es un signo,  señala una lesión, una disfunción, una enfermedad localizada. Es algo que se ve, que pertenece al campo de la mirada y remite al cuerpo biológico o al yo. En cambio, en psicoanálisis, el síntoma pertenece al campo de la escucha. Remite al inconsciente. No siempre es visible. A veces se manifiesta en el cuerpo, pero no necesariamente como una lesión detectable.

Cuando hablamos de síntoma en psicoanálisis, no nos referimos solo a un dolor o una dolencia física. Hablamos de algo que no funciona, que insiste, que retorna. Algo que genera malestar, angustia, inhibición, y que parece escapar al control consciente. El síntoma aparece cuando las palabras no alcanzan, cuando algo no puede decirse de forma directa. Entonces, el cuerpo, el comportamiento o la angustia hablan en su lugar.


El síntoma tiene dos caras:


  1. Es un mensaje enigmático, algo a descifrar. Tiene un sentido, aunque esté oculto. En los inicios del psicoanálisis se pensaba que, si se encontraba ese sentido, si se lograba poner palabras al conflicto, el síntoma desaparecería. Hablo y me siento mejor. El síntoma se concebía como el retorno de algo reprimido: ante un suceso intolerable, el sujeto se defiende, lo reprime y eso retorna en forma de síntoma, acompañado de displacer.

  2. Pero Freud pronto descubre que no es tan simple. Incluso cuando el síntoma se comprende, no siempre desaparece. A veces, persiste o incluso se repite. Parece como si el propio sujeto no quisiera deshacerse de él. Freud habla aquí del beneficio secundario del síntoma: algo se gana, aunque sea inconscientemente, al sostener ese malestar. Pensemos en el niño que dice que le duele la barriga para no ir al colegio para quedarse en casa.


la dificultad de que el síntoma desaparezca se ve por ejemplo en las personas cuidadoras que, tras años atendiendo a un familiar o persona enferma, repiten en su propio cuerpo los síntomas del enfermo, como si se identificaran con la enfermedad. O en la rutina diaria: las mismas vacaciones al mismo lugar, los entrenamientos repetitivos, las reuniones con amigos donde siempre se cuentan las mismas anécdotas. La repetición también sostiene los vínculos: es trampa y supervivencia de las parejas. Lo vemos en los comportamientos disruptivos que se repiten en los niños en situaciones similares. En la repetición se aloja el síntoma.

Y aquí viene lo más desconcertante: muchas veces, los pacientes no desean del todo que desaparezcan sus síntomas. El síntoma molesta, si, pero también satisface algo, por eso se resiste a la interpretación.


El síntoma y el goce.


Freud descubre que el síntoma, además de ser un mensaje, es una forma de satisfacción, aunque duela. Lacan llevará esto más lejos: llama a esa satisfacción paradójica "goce". Un placer que sobrepasa, que duele. El síntoma, entonces, no es solo sufrimiento; es también una forma singular de gozar.

El síntoma tiene una cara real: es una forma fija de satisfacción pulsional que no cede fácilmente. Algo que no puede decirse con palabras, que se resiste a ser simbolizado. El síntoma intenta nombrar aquello que es imposible de representar: lo real, el goce mítico, lo que se escapa al lenguaje. El síntoma es un acontecimiento del cuerpo, una marca que perdura más allá de otras formaciones psíquicas.

Muchas personas repiten una y otra vez situaciones que no les producen placer, pero que, sin saberlo, les conecta con ese goce. Vienen al analista cuando se produce una crisis de goce, cuando el síntoma —que en parte les sostenía— ya no funciona. Porque el síntoma, como hemos dicho, tiene dos caras: por un lado, el malestar, el sufrimiento; por el otro, la satisfacción pulsional que exige su cuota.

El goce es repetición, es compulsión a repetir. Incluso lo más penoso se repite. Solo podemos soportar una determinada cantidad de placer; más allá de ese límite, el placer se convierte en dolor. Ese placer doloroso, ese exceso, es lo que Lacan llama goce.



Síntomas actuales


Hoy los síntomas se tratan de manera muy diversa. A menudo se medicaliza. O se buscan alternativas que tengan más en cuenta a la persona, al sujeto. El mercado está saturado de opciones: más de 500 psicoterapias reconocidas. Y entre tanta oferta, no es fácil saber dónde buscar.

Desde el discurso médico, el sujeto desaparece. Lo que sucede en el cuerpo se vive como un problema técnico que hay que eliminar lo antes posible. El síntoma se convierte en un error, un déficit a corregir, sin preguntarse qué dice o qué implica.


El inconsciente es permeable a la época que le toca vivir. Y eso significa que los síntomas cambian. No es lo mismo sufrir hoy que hace un siglo. La tuberculosis o la diabetes no han cambiado, pero los síntomas psíquicos sí. Ya no vemos la histeria clásica, ya no se habla de niños psicóticos o de Asperger como hace unas décadas. Lacan lo resume en una frase contundente:


"Que renuncie, pues, quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época."


En la hipermodernidad en la que vivimos, reina un imperativo brutal: el imperativo de gozar. Goza de todo, todo el tiempo, porque te lo mereces. Pero ese mandato produce el efecto contrario: angustia, vacío, malestar. Surgen nuevas formas de sufrimiento, difíciles de encasillar en viejas categorías.


Podemos hablar de dos grandes grupos de síntomas actuales:


Patologías del acto: Todas aquellas que se manifiestan como un pasaje al acto, un intento desesperado de hacer algo con el malestar:


  • Suicidios y tentativas de suicidio

  • Agresiones, violaciones grupales, violencia escolar

  • Retos extremos en redes sociales

  • Autolesiones en adolescentes

  • Conductas impulsivas y agresivas en niños cada vez más pequeños

  • Actos terroristas


 Patologías del vacío: Síntomas que expresan el vacío, la falta de sentido, la angustia existencial:


  • Depresión, inhibición, horror vacui.

  • Adicciones de todo tipo: tóxicos, consumo compulsivo, compras.

  • Anorexia, bulimia, relaciones dependientes

  • Hiperactividad como forma de no parar, de no saber hacer con el vacío.

  • El poliamor como síntoma, las relaciones efímeras como defensa frente al lazo, jóvenes que toman viagra para evitar la angustia del encuentro sexual


Curiosamente, en esta época el síntoma ya no es solo un malestar. En muchos casos, funda la existencia. Frente al estrago de la globalización y el vacío que deja el mercado neoliberal, las personas suelen responder de distintas maneras:


✔ Identificándose al modelo de consumo: comprando cosas, tapando la falta con objetos.

✔ Con amargura, desesperanza, nihilismo.

✔ Refugiándose en las patologías del acto o en el empuje al goce.

✔ Involucrándose en movimientos sociales o políticos que prometen acabar con las contradicciones humanas.

✔ Con un consumo maníaco de objetos tecnológicos, gadgets, dispositivos que prometen una salvación.

✔ Medicalizando el malestar con pastillas.



¿Y por qué el psicoanálisis?


Como he comentado antes según John Norcross, hay más de 500 tipos de psicoterapia reconocidas, el mercado terapéutico se parece cada vez más a un supermercado de soluciones rápidas. La mayoría de enfoques buscan un único objetivo: adaptarte, para que sigas funcionando. Pero, ¿a costa de qué?


El psicoanálisis se diferencia radicalmente:


  • No da respuestas prefabricadas, ni consejos universales.

  • No ofrece moralinas, ni recetas de vida saludables o ideológicas.

  • No se centra en lo que se ve, sino en las causas, en la estructura de la persona.

  • No trabaja con protocolos ni etiquetas: cada sujeto es único, cada cuerpo es singular, cada síntoma tiene su propia lógica.

  • No busca adaptarte a la norma, ni venderte un ideal de felicidad.

  • Ofrece un espacio único para cada persona, donde la palabra, el deseo y la historia ocupan el centro.

  • Devuelve la dignidad y la responsabilidad al sujeto: hacerse cargo de su deseo, de su malestar, de su historia.

  • No busca taponar el síntoma para que reaparezca de otra forma, sino una transformación subjetiva, profunda, estructural.


No se trata —aunque también— de aliviar el malestar puntual. Se trata de escuchar qué hay detrás de eso que insiste, de lo que se repite, de lo que duele sin cesar.

El psicoanálisis no busca que seas normal, ni que te adpates, ni que encajes en criterios estadísticos. No pretende devolverte a un estado mítico anterior ni imponerte un equilibrio falso. Se trata de saber cuál es tu deseo, de que ese deseo no te destruya, de darle valor a tu palabra y a tu singularidad. Se trata, en definitiva, de saber hacer con el síntoma y de una ética del deseo.



Referencias bibliográficas


  • Freud, S. (1895). Estudios sobre la histeria (J. Breuer & S. Freud). Buenos Aires: Amorrortu.

  • Freud, S. (1915). Pulsiones y destinos de pulsión. En Obras completas (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu.

  • Freud, S. (1916-1917). Lecciones introductorias al psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu.

  • Freud, S. (1917). Conferencia 25: La angustia. En Obras completas (Vol. 16). Buenos Aires: Amorrortu.

  • Freud, S. (1926). Inhibición, síntoma y angustia. Buenos Aires: Amorrortu.

  • Lacan, J. (1966). Escritos. Buenos Aires: Siglo XXI.

  • Lacan, J. (1975-1976). El Seminario, Libro 23: El sinthome. Buenos Aires: Paidós.

  • Le Breton, D. (2002). Sociología del cuerpo. Buenos Aires: Nueva Visión.

  • Mauss, M. (1979). Sociología y antropología. Las técnicas del cuerpo. Madrid: Tecnos.

  • Pueyo, J. M. (1994). De la histeria: Freud, Lacan y el síntoma histérico. Barcelona: Gedisa.

  • Roudinesco, E., & Plon, M. (1998). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

  • Vaccarezza, L. E. (2015). El trabajo analítico. Clínica, síntoma y lazo social. Buenos Aires: Grama Ediciones.

  • Fuentes, A. (2013). El misterio del cuerpo hablante. Psicoanálisis, lenguaje y cuerpo. Buenos Aires: Letra Viva.


留言


bottom of page