La histeria antes de Freud:
- Sergio Domínguez Cañestro
- 16 jul
- 7 Min. de lectura
1. JM Charcot y la Salpêtrire. El teatro de la histeria. Los síntomas.
Para situar la histeria antes de Freud podemos empezar citando la película, que pretende ser biográfica del padre del psicoanálisis (Houston, 1962). Donde el personaje J.M Charcot dice:

“...la palabra histeria procede del vocablo griego “hysteron”, que significa útero. Hasta la fecha los médicos creen que solo existe en las mujeres, si es que llegan siquiera a reconocer su existencia. Muchos no la creen digna de constar en la enciclopedia médica. Hay descripciones excelentes de la histeria en las actas de los juicios por brujería de tiempos pasados. Se creía que sus víctimas estaban “poseídas por el diablo”. Se dieron auténticas epidemias de este delirio. Comunidades enteras contagiadas. Sí, era contagiosa, aunque no tenía gérmenes. La histeria violó el principio médico de que todos los síntomas físicos tienen un origen orgánico, el principio psicológico de que la mente no puede pensar en varias ideas a la vez. Pero los hechos no dejan de existir solo porque contradigan nuestras amadas teorías...”
Y es que hasta principios del siglo XX se creía que la histeria era un mal procedente del útero, de la irritación de los órganos sexuales femeninos y que se debía tratar mediante la presión en los ovarios, poniendo hielo sobre ellos o interviniendo quirúrgicamente el clítoris. En el momento inmediatamente anterior al psicoanálisis se decían cosas como:
La menstruación irregular producía una verdadera locura menstrual y la menstruación regular una locura periódica.

Se decía que las histéricas simulaban y exageraban los síntomas de las verdaderas enfermedades. Antes de Freud la histeria era uno de los grandes problemas de la psiquiatría, incluso se hablaba de epidemia. Se las consideraba depravadas y violentas. se vinculaba a la histeria con la ninfomanía, con los actos insensatos, se hablaba de un estado del mal.
Se pensaba que los síntomas histéricos podían reproducirse por sugestión y hacerlos desaparecer por persuasión. la histérica era una actriz que había perdido el juicio y representaba su papel, imaginando estar en la realidad de las cosas. Y era necesario sacarla de su error.
Se consideraban mujeres impresionables, frágiles, caprichosas e inestables, maestras en el arte de la intriga y en la industria de la estafa. La histeria fue definida como la comedia de lo patológico. Los síntomas no eran otra cosa que una exageración, eran asociadas con una mente maligna y perversa, de donde procede la idea peyorativa de personalidad histérica. Las histéricas, por esas razones, no recibieron de los representantes de la ciencia médica de la época otra cosa que el anatema, el desprecio y la burla. Ya no eran quemadas como brujas simplemente los trastornos que presentaban aquellos sujetos fueron considerados indignos de observación y estudio.
El diablo embustero, se decía, entraba en la matriz de las mujeres para desviarlas de su destino anatómico e impedirles ponerse al servicio de la perpetuación de la especie humana.
Poseídas por el demonio del sexo, eran brujas sin dios ni diablo y por consiguiente mucho más nocivas para la sociedad porque también se las acusaba de trasmitir un temible mal: la sífilis. Al exhibir sus cuerpos sexuados, trasgredían el orden procreativo y se negaban a ser madres y esposas.
La palabra histeria designa, desde la Antigüedad, una enfermedad orgánica de origen uterino que afecta la totalidad del cuerpo, Hipócrates es el inventor del término. Perturbaciones nerviosas que se observan, en mujeres que no han estado embarazadas o que abusan de los placeres carnales. El tratamiento recomienda, para los jóvenes, casarse, y para las viudas volverse a casar.
En 1895, la histeria de todas las mujeres observadas por tantos científicos conservaba su misterio. Y correspondió a los novelistas y a sus heroínas, de Flaubert a Tolstoi pasando por Alas Clarin, de Emma Bovary a Anna Karenina contando con Ana Ozores, el mérito de haber sabido darles un rostro humano el de una rebelión impotente que conducía al suicidio o la locura[2]. La Belle Époque asistía a un abandono de la clínica de la mirada en provecho de una clínica de la relación transferencial.
Los síntomas aparentemente inexplicables a los que se enfrentaban estas mujeres eran: parálisis, migrañas, tos convulsa, pérdida del habla, afonía, depresión, apatía, tendencias suicidas, trastornos gástricos, anorexias, bulimia, fatiga crónica, convulsiones, catalepsia, analgesias, espasmos musculares, contracturas, tics, alucinaciones, gesticulaciones, irritabilidad, desmayos, terrores inscritos en el rostro, insomnio, retención de líquidos, angustias, pavor y sobre todo obsesiones sexuales acompañadas de relatos de traumas y abusos vividos en la infancia. ¿Qué implica ser una mujer? ¿Cómo debe comportarse? ¿Qué hacer con los deseos propios? La histeria es el grito de rebeldía contra el cuerpo[3]. A lo que se podría añadir que es el grito de rebeldía contra el saber del amo.
El teatro de la histeria[4]

Jean Martin Charcot, el gran maestro y médico de La Salpètriere solía decir: “Solo soy un fotógrafo. Afirmo lo que veo”. Para demostrar que los síntomas en la histeria postraumática obedecían a una idea o representación psíquica, que se podían reproducir experimentalmente mediante la hipnosis.
En aquel entonces la sugestión hipnótica era el recurso médico por excelencia, mientras que la hidroterapia metódica, la gimnasia, las corrientes farádicas, eran complementarias. Y si algo sabían los médicos acerca de la milenaria enfermedad es que las histéricas no tenían nada a nivel anatomopatológico, que se trataba de una afección sine materia, una enfermedad del alma, si utilizamos una antigua designación. Como revelaba la disección de los cadáveres de las personas que habían padecido síntomas histéricos. Charcot definió y le dio dignidad clínica a la histeria. Llegó a describir las fases del gran ataque histérico.
El período epileptoide.
Contorsiones y grandes movimientos, clownismo.
Actitudes pasionales.
Terminal o delirio onírico.
En cambio, Freud, no vio ni causas hereditarias ni factores degenerativos. Y observó que las causas podían ser causa de la moral cultural sexual, resaltando antagonismo entre la cultura y la vida pulsional. Pero ¿Cómo llegó a esta conclusión?
En 1885, Freud accedió a la plaza de docente de Neuropatología y consiguió la beca para ir a estudiar a París con Charcot. Era la París del escritor Emilie Zola, de la actriz Sarah Bernhardt, de Maupassant, Proust...
El encuentro de Freud con Charcot

En aquella época tenía la ilusión de ir a París y convertirse en un gran erudito “...y más tarde regresaré a Viena con un enorme halo y enseguida nos casaremos y curaré todos los enfermos nerviosos incurables...”[5]. Escribe a su entonces novia Martha Bernays.
El encuentro con Jean Martin Charcot fue uno de los momentos clave en su trayectoria científica. Aunque solo fueron tres meses y medio, como alumno tuvo el derecho de ser uno más de los espectadores en las presentaciones de enfermos del célebre profesor. Charcot encarnaba el poder médico en todos los órdenes y para el gobierno de su país, había creado la primera cátedra mundial de las enfermedades nerviosas en La Salpêtrière. En aquel tiempo se dedicaba a enseñar, en contra de la opinión generalizada, que la histeria era una enfermedad como otra cualquiera.

La Sâlpetrière en 1862 albergaba unos 5000 enfermos, de los cuáles unos 1000 se alojaban en las dependencias del manicomio. Entre sus muros se enclaustraban locos, epilépticos, paralíticos, prostitutas, mujeres seniles. Jean Martin Charcot era el maître de las histéricas, el Napoleón de la neurosis, referente de la clínica de la mirada, pintaba y dibujaba bajo la influencia del hachís, tenía un mono de mascota, utilizaba la hipnosis como diagnóstico, nunca como tratamiento, se casó con una mujer rica y llegó a ser médico de Napoleón III. Dignificó la histeria como enfermedad, pero le faltó ir más allá.
Cuando Freud regresó de París y Berlín se vio obligado a dar cuenta en la sociedad de médicos de lo que había visto y aprendido en la clínica de Charcot. Dictó la conferencia en la prestigiosa Sociedad Imperial de Médicos de Viena. Convencido de que las eminencias médicas allí presentes ignoraban la doctrina del maestro, Freud expuso su lección, atribuyendo a Charcot haber sido el primero en descubrir que la histeria no era simulación, ni enfermedad del útero, cosa que, por otro lado, ya era conocida en los círculos médicos de Viena, además de saberse que la histeria también podía ser masculina. Freud rechazó esas críticas, aunque lo cierto es que se le cerraron las puertas de los laboratorios y se le retiró de la vida académica y se dice que no volvió a poner los pies en la sociedad de médicos. Aunque distinta es la visión de Henri Ellenberger, quién asegura que Freud siguió perteneciendo toda su vida a la sociedad vienesa de médicos[6].
En cualquier caso, Freud abrió su consultorio para el tratamiento de las enfermedades nerviosas a su regreso de París. Los anuncios aparecieron en la prensa el domingo de Pascua de 1886 y en septiembre del mismo año se casaba con Martha Bernays[7].
Para acercarnos a la mujer de la Viena de fin de siglo que vivió Freud podemos citar estas palabras de Elisabeth Roudinesco[8].
“...a finales de siglo las jóvenes de la buena sociedad, sometidas a noviazgos interminables y consumidas por la frustración, se sumían a menudo en una neurosis histérica que las llevaba a consultar especialistas en enfermedades nerviosas. En cuanto a los varones, frecuentaban los burdeles o tenían amoríos con mujeres casadas, hartas por su parte de una vida conyugal muchas veces monótona...”
[1] Houston J., Freud, Pasión Secreta. EEUU, 1962.
[2] Roudinesco, E. La batalla de los cien años. Madrid: Editorial Fundamentos, 1988.
[3] Appignanesi, R. & Zárate, O. Histeria. Una novela gráfica sobre Sigmund Freud y el nacimiento del psicoanálisis. Barcelona, ECC Ediciones. 2015.
[4] Didi-Huberman, G. La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière. Madrid: Ediciones Cátedra. 2007.
[5] Citado en Jones, E. Vida y obra de S. Freud. Barcelona: Anagrama, 1970.
[6] Ellenberger, H.F. El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatria dinámica. Madrid, editorial Gredos, 1976.
[7] Mannoni, O. Sigmund Freud. Barcelona: Col·lecció Pere Vergés de Biografies, La Caixa de Catalunya, Edicions 62. 1991.
[8] Roudinesco, E. Freud en su tiempo y en el nuestro. Barcelona: Peguin Random House, Grupo Editorial, 2015.


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